Que tonto cuando soñaba con la luna y con Egipto, con el sol y aquella playa empapándome la cara de dolor a medianoche, y un suspiro en tu blusa favorita, evitando que caigan más lágrimas que botones cuando me miras con los ojos en formato última noche.
Y que tonto en cada bar imáginandote como la primera vez, sonríendole a cualquier desconocido con una cerveza y un cigarrillo con sabor a carmín de aquellos labios.
Que tonto cada vez que te dije que no volvieras nunca más, y cada vez que volvías y no sabía que decir.
Que tonto de acostumbrarme a que te durmieras en mi hombro, y al olor de tu pelo, y a aquellos amaneceres, y a tu crítica de mi vestuario a diario, a esa sonrisa. Que tonto que si darme cuenta me hice adicto a oirte respirar, a verte dormir, a sentirte cerca.
Que tonto al no creerme que te ibas, que era la última vez que veía tus vaqueros desgastados dándome los bolsillos traseros.
Que tonto ahogandome en cualquier ginebra, de cualquier antro con poca luz, donde no quieras encontrarme y pueda estar seguro que está noche, estoy a salvo de tu sonrisa.
Y el tonto evoluciona en gilipollas, y el gilipollas en loco enamorado.
Y tu con tu boca en cualquier bar de copas, regalando besos, perdiendo la ropa...